La incompetencia está estrechamente ligada a las capacidades y habilidades que creo o no creo tener. Esta percepción interior se relaciona con las capacidades y habilidades que mi entorno me reconoce. Puedo llegar a pensar que tengo una gran capacidad de comunicación, pero cuando mis colegas y jefes me dicen lo contrario, esa percepción inicial es puesta en duda, pudiendo llegar a pensar que no sirvo para comunicar y finalmente huir de situaciones donde tenga que usar esa habilidad. Finalmente, me convertiré en un mal comunicador.
El que esto no ocurra dependerá de cómo actúe ante las percepciones de los demás. Puedo revisar mi manera de comunicar y aprender a actuar de manera distinta, lo que me llevará a mejorar y seguir considerándome un buen comunicador o por el contrario puedo no entenderlo, no saber qué hacer y abandonar la práctica, con la consecuencia contraria.
Como gestor de personas y ante situaciones donde perciba que tengo a un incompetente en el equipo debo preguntarme ¿en que soy incompetente para que el otro actúe como tal?, ¿quién es el incompetente él o yo? Si no me planteo este dilema difícilmente podré gestionar correctamente para sacar a la persona de esa situación.
Estamos rodeados de personas a las que calificamos con diferentes grados de incompetencia, por ejemplo:
El perfeccionista: ¿Cuándo algo está perfecto? Por más veces que se corrige algo, más datos que se incorporan, más análisis que se realizan, siempre se pueden hacer más. Percibe el objetivo de la tarea de manera difusa confundiendo el medio con el fin. No sabe balancear tiempo, eficacia y resultados. El perfeccionista suele ser exigente, controlador. No acepta de buen grado las críticas y hace todo lo posible para que no ocurran. Desde la posición de un jefe o colaborador ¿cómo actuamos ante los errores de los demás, que hacemos que sean capaces de buscar excusas para no cumplir plazos antes de arriesgarse a hacer algo que no esté perfecto?
El pasota: Por un oído le entra y por el otro le sale. No mide las consecuencias de sus acciones, le da igual. ¿Es egocentrismo o es hastío? En la raíz del pasota está la necesidad de que se cuente con él, de tener autonomía. No es lo mismo tenerle en cuenta que contar con él. El pasota puede llegar a convertirse en el vago cuando su hastío se hace profundo. ¿Cómo se le involucra en las tareas y en los objetivos? ¿Qué margen de aportación se le está dando?
El prisas: Aquello de vísteme despacio que tengo …., no va con él. Persona muy orientada al objetivo, persigue varios a la vez e, incluso, alguno de ellos no está declarado. El tiempo es el gran enemigo. Son hijos del agobio. No tienen su cadena de prioridades ajustada y tampoco sus compromisos. No ven la necesidad de realizar análisis de problemas y situaciones, los contextos son innecesarios. Esto le provoca pérdida de tiempo que a su vez les hace correr más. Su raíz de incompetencia puede estar en la necesidad de aportar valor a cualquier precio, pero ¿qué es aportar valor para él y qué es aportar valor para el jefe o los colegas? ¿lo tiene claro? ¿con qué nivel de detalle se definen los objetivos? ¿cómo se están definiendo los tiempos?
El chapuzas: Faena de aliño. Personas que tienen distorsionado el concepto del pragmatismo. ¿pero, sirve o no sirve? Mantienen una visión absolutamente centrada en el para qué se hace algo, sin interrelacionarlo con otras áreas que facilitan ese para qué, por ejemplo ¿cómo se pone en marcha, cómo será percibido por el cliente, cuáles son la bases para hacer algo de una manera o de otra?… Perpetúa su modo de actuar porque alguien, en su entorno, rectifica los cabos sueltos que deja, repasa y afina sus acciones, en consecuencia él no lo ve necesario. ¿Si no lo ve necesario porque lo habría de hacer? ¿Cómo jefe o colega que estoy haciendo para que no vea la necesidad?
El torpe: Ay¡¡¡ me confundí. Son personas con un profundo sentimiento de inseguridad ante una tarea. Ponen todos sus sentidos en hacerla pero fallan. Son incompetentes conscientes. Esta tipología además de desquiciar al equipo es generalmente combatida con “déjalo que ya lo hago yo” y queda en nuestra cultura con aquel adagio de “si quieres que algo salga bien hazlo tú mismo” Ante el torpe solemos dar explicaciones, enseñarle y mostrarle las soluciones. Todo esto no sirve. El torpe dejará de actuar torpemente cuando encuentre su propia manera de corregirse y, esa sólo la sabe él (si quiere encontrarla) La labor de compañeros y jefes es la de ayudarle a encontrarla no la de dársela hecha.
Los incompetencias actúan como tales porque nosotros les hacemos así. Trata a las personas por lo que quieres que sean no por lo que tú crees que son.
Y olvidemos frases como “bueno, ya sabes cómo es xxxx…” Frases demoledoras que nos dejan sin opción a cambio, mejora y desarrollo.
Gracias por tu post, Javier, alto y claro. Me gusta
No puedo estar mas de acuerdo. Ensitein decia que “todos somos genios. El problema viene cuando pretendemos valorar a un pez por su capacidad para trepar a los árboles”. Conocer las limitaciones propias y ajenas y buscar siempre el valor que cada uno puede aportar (y no el que nos gustaria) es un arte. Gracias lanzar la piedra, Javier.
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