Leo con interés en el diario ABC una noticia titulada “El Parlamento Europeo frena el turismo sanitario en Europa”
(http://www.abc.es/20110119/sociedad/abci-turismo-sanitario-europa-201101191520.html ) en la cual se comenta, y cito textualmente “La nueva norma, impulsada por España, establece que los europeos que soliciten asistencia en otro país sólo tendrán derecho a la misma que recibirían en su país de origen” y es que me recuerda inmediatamente a una reciente conversación que mantuve con un curtido profesional de la sanidad pública española.
Durante nuestro intercambio de opiniones me comentó resignado la constante y a menudo desesperante pelea que para muchos de ellos supone el día a día. Ésto en un servicio básico, clave en nuestro estado social. Un servicio en el cual a menudo se traspasa la frontera entre el uso y el abuso.
Se acababa de enfrentar, como lo hace casi de forma diaria, con una persona que venía de otro país (el origen, sinceramente, nos da lo mismo) aleccionada con ciertas directrices. La paciente en cuestión llevaba en España menos de un mes, y muy decidida se plantó en un Centro de Salud. Un “ambulatorio” cualquiera, cercano al domicilio de sus parientes residentes en una ciudad española cualquiera, dónde sin ningún tipo de problema se dio de alta como ciudadano sin recursos y, con toda tranquilidad, pidió hora con un “Médico de Familia”.
Ya en consulta, procedió a exigirle al Médico de Atención Primaria que le atendió un carísimo tratamiento especializado para una dolencia que decía padecer. El facultativo se asombraba antes por éstas cosas, ahora ya no. Pan nuestro de cada día, me comentaba. Acostumbrado a tan peregrina petición, le solicitó los informes de los especialistas de su país de origen en el cual se detallase la dolencia, el tratamiento y las dosis. La paciente, sorprendida pero muy decidida, rechazó la petición y volvió a exigir el tratamiento, buscando la confrontación. Amenazó nada sutilmente recordando la gravedad de la dolencia y la imperiosa necesidad de ser tratada.
Pero claro, aquí jugamos todos. “Permítame vd. ver pues la medicación que está tomando, e infórmeme de sus dosis”, espetó el profesional.
Respuesta: Dejé de tomarla en mi país, es demasiado cara, y vengo aquí a que Vd. me la proporcione (lo de gratuitamente hoy no toca). Preocupado por lo verdaderamente importante, el galeno contraataca: “¿Es Ud. consciente de la importancia de las dosis y de la responsabilidad que YO tengo al darle a Ud. éstos medicamentos? ¿Pretende que le proporcione éste tratamiento sin ningún tipo de análisis previo y además mediante amenazas?”
Aquí informo al lector de un pequeño detalle: Hace bien poco, en un Centro de Salud cualquiera, otra realidad sorprendentemente similar acabo en denuncia. Denuncia por racismo contra el médico, al negarse a proporcionar el tratamiento.
Creo que no hace falta que les diga que el paciente se mantuvo en su posición, y me alegra compartir que el médico, también. Ésta ciudadana decidida salió de allí amenazando con denuncias y quejas, indignada, pero no doblegó al profesional. Profesional que no se ocultó tras leyes poco operativas que llegan tarde. Profesional que se enfrenta a denuncias, insultos, amenazas, y quebraderos de cabeza de sus gestores políticos o de los de la oposición. Profesional que mantuvo su ética firme, quemado de espanto con el gasto, pero más preocupado por el abuso reiterado de un sistema que a menudo no puede con el uso para el cual está dimensionado.
Alguno podría pensar que ha hecho medicina defensiva. Creo que no van por ahí los tiros. Muy al contrario se centra en su incómoda obligación en la firmeza del no.
Las actuaciones particulares de cada uno tienen una vital importancia.
No esperar a lo que nos diga la ley, venga de donde venga, sino usar el sentido común y una ética que parece que hace tiempo que perdimos en la desidia del “lo que menos problemas me cause”.
Yo me lo apunto, para seguir intentándolo cada día sin perder la humanidad.