Enero de 2018. Los gimnasios se convierten en espacios abarrotados del sudor de los excesos de Navidad. Las tiendas de alimentación eco-bio hacen su agosto particular. Las tabacaleras son más pacientes este mes con las ventas. Cada año, para muchos, se repite el mismo ritual de “propósito-dificultad-lucha-derrota”.
Sabiéndolo o sin saberlo, vivimos en permanente estado de lucha interna sobre lo que nos importa: ponernos en forma, dejar de fumar, adelgazar, leer más, tocar la guitarra, aprender inglés, pasar más tiempo con la familia, etcétera. Con el paso de las semanas, a menudo ponemos en marcha un mecanismo de auto-complacencia y nos convencemos de que, en realidad, ese propósito no era tan importante, o de que no salía a cuenta el sacrificio para conseguirlo. Es aquí donde el proyecto para el nuevo año está condenado a durar un café.
Trabajo con personas en proceso de cambio a diario, entre las que me incluyo. Nuestras vidas cada vez se parecen más a una carrera de Fórmula 1, adaptando la “estrategia” a cada minuto. Mientras levantamos la cabeza para ver lo que tenemos delante, ya lo hemos dejado atrás. En este entorno, es importante no caer en la trampa de ver el cambio como una carrera de cien metros lisos. Modificar un hábito no es nunca un esprint; es una maratón que requiere planificación, gestión mental, resistencia y avituallamientos.
Sin embargo, nuestros modelos mentales son empecinádamente rígidos, por lo que pagamos un coste muy alto: nuestra realización. Un primer paso para flexibilizarlos es identificar nuestros dogmas y las barreras mentales que hemos levantado a raíz de experiencias pasadas fallidas.
Desde el dogma no nos cuestionamos las cosas ni nos planteamos escenarios alternativos. Es necesario poner en duda esas verdades absolutas que atañen al propósito que no hemos conseguido lograr otros años, y que ahora queremos alcanzar. Un dogma muy común es la frase “yo soy así”. Cada uno construimos nuestras “verdades” y barreras, que pueden ser tan variadas como:
- “No tengo suficiente fuerza de voluntad”.
- “Ya no tengo edad para cambiar”.
- “En el fondo, sé que voy a fracasar”.
- “No tengo tiempo”.
Personalmente, las he usado casi todas y mi conclusión es clara: sólo son reales en nuestra mente. Si las identificamos, las analizamos una a una y las comparamos con la realidad, nos daremos cuenta de que no son absolutas.
Una vez hayamos trabajado nuestras “verdades” y barreras, podemos abordar el cambio de hábito en tres pasos:
1. Auditoría del compromiso: antes del arranque del cambio.
Haciéndonos estas preguntas, podemos medir hasta qué punto lo que nos proponemos es importante para nosotros:
– Del 1 al 10, ¿qué grado de satisfacción me daría conseguir lo que me he propuesto?
– Del 1 al 10, ¿qué grado de satisfacción me daría hacer lo contrario de lo que me he propuesto?
– ¿Cuáles son los costes y los beneficios de no hacer lo que me he propuesto? ¿Y los costes y beneficios de conseguirlo?
– Si me he propuesto lo mismo en años pasados, en base a los hechos, ¿qué fue más importante que lo que yo me propuse? A la hora de la verdad, ¿qué prioricé?
2. Pensar como triunfador/a: durante el cambio.
Cuando me propongo dejar el tabaco y estoy todo el día pensando en fumar, sigo siendo fumador, al menos en mi mente. Este proceso de lucha interna entre hábito viejo y nuevo genera ansiedad, que aumenta todavía más las ganas de fumar. Una forma de dejar atrás esa lucha es conectar con la imagen futura de mi yo-no-fumador, de mi yo-deportista… de mi yo-triunfador, ese que consigue lo que se propone. Esto requiere de un ejercicio mental diario. Cerrar los ojos y visualizarse con el reto conseguido, sentir lo que se siente cuando se alcanza el objetivo, convencerse de que se va a lograr. La convicción es una potente fuerza generadora de realidades.
Conozco algún fumador que sigue deseando un cigarro más que ninguna otra cosa tras 10 años sin probarlo. Es un ejemplo de un triunfo solo aparente, que esconde una lucha interna de largo recorrido dañina para la persona.
3. Los “momentos verdad”: hacer el cambio sostenible.
En el camino, nos acecharán los “momentos verdad”, esos en los que está en juego la supervivencia del propósito: ¿romperlo o continuarlo?. Pasar por delante de tu pastelería preferida, una propuesta de cena que no te deja tiempo para jugar con tus hijos, elegir entre gimnasio o sofá tras un largo día de trabajo…
En esos momentos, la mente es especialmente hábil en encontrar subterfugios. La inercia de los hábitos es una fuerza poderosa que nos hace caer fácilmente en la comodidad de lo conocido, y nos acerca a la ruptura del propósito. Esta comodidad se puede perpetuar como una espiral de “pensamiento-emoción-momento verdad-ruptura de propósito”.
La buena noticia es que esta espiral puede funcionar también a nuestro favor. Poner el foco en lo que quiero, en la imagen de mi yo-triunfador, va también acompañado de una emoción y unas sensaciones que consolidan ese pensamiento. Cuando sé que lo que conseguiré me dará paz, empiezo a disfrutar del cambio y dar vida a mi yo-triunfador. Cada “momento verdad” que superamos es el combustible para el siguiente.
Para resumir, las ideas clave que pueden contribuir a hacer tus propósitos del 2018 diferentes:
- Sé consciente de que cambiar un hábito requiere tiempo, esfuerzo y planificación.
- Cuestiónate si realmente quieres lo que te propones.
- Asegúrate de que tus dogmas y barreras no son una limitación ficticia.
- Conecta con tu yo-triunfador y siente la convicción de que puedes… y lo harás.
- Prepárate para los “momentos verdad”.
Y por último:
6. Celebra periódicamente tus avances, sin que la celebración tenga que ver en ningún caso con tu hábito antiguo. Ya piensas de manera distinta.
7. Elige alguien que te acompañe y apoye en el camino.
Piensa como quieres ser. Sé como quieres pensar.
¡Feliz 2018!