Soy un enamorado confeso de la cultura japonesa. La combinación de una historia fascinante, tradiciones ancestrales, gastronomía excepcional y tecnología puntera forma un exótico e inigualable cocktail que siempre me ha maravillado. Claro queda que no están libres de pecado, pero desde luego les admiro. Su reacción ante la indescriptible fatalidad que están sufriendo no hace sino reforzar esa opinión.
Por ello, me resulta muy complicado comprender la razón por la cual, en un país donde la robótica ha alcanzado niveles inimaginables para el resto del planeta, el uso de robots para trabajar activamente en la limpieza del desastre de la central nuclear de Fukushima brilla por su ausencia.
¿Acaso los señores de TEPCO se han vuelto locos? ¿No es para un occidental algo tan obvio y claro que debería haberse contado con ellos desde el primerísimo momento? ¿Cómo es posible que en el paraíso terrenal de la electrónica robótica se siga usando mano de obra humana para una tarea que acarrea tan brutales riesgos?
Investigando, me encuentro con teorías varias pero una me llama especialmente la atención, sobre todo por su plausibilidad: La falta de honorabilidad, además de que el hecho de que usar máquinas conlleva admitir lo desesperado de la situación, abriendo la puerta a reconocer que sólo una máquina puede enfrentarse a este infierno sin perder la vida, o en su caso, la operatividad.
Desde mi perspectiva esto supone una clara limitación de eficiencia y efectividad, valores que para mí son intrínsecos a la cultura y productos Japoneses. A otro nivel esto ya lo habíamos visto (el caso Toyota) o “Cómo arruinar una labor de años en apenas meses…” y refleja una extraña contradicción cultural: La búsqueda extrema de la perfección combinada con la negativa a reconocer los errores, que a menudo tanto nos alejan de ella.
Un ejemplo más de como las limitaciones, también, pueden ser culturales.