Desde el cambio de siglo, hemos oído hasta la saciedad los muchos retos que nos presentará el cambio de nuestro mundo con el crecimiento exponencial, con la tecnología, la inteligencia artificial, el cambio climático… pero si alguien nos cuenta la pasada Navidad que tres meses después iba a estar prohibido salir a la calle en Europa, pocos le hubiéramos dado crédito.
Vivimos días nuevos, con restricciones de comportamiento nuevas, en los que una familia amiga de mi compañera de oficina Elena no puede acudir a la incineración de su padre, o que mi compañero de proyectos innovadores Pedro ha estado separado de sus cuatro hijos dos semanas porque estaba contagiado con el COVID-19. Estas son novedades para las que no nos habían preparado.
Siempre que perdemos algo que valoramos pasamos por un proceso de duelo, ya sea la muerte de un ser querido o la pérdida del trabajo. Ahora nos toca perder la libertad. Libertad de movimiento, de consumo, de ejercicio de la profesión en muchos casos o la libertad de contacto físico con nuestros seres queridos.
Las etapas del proceso de duelo son bien conocidas. Simplificando mucho serían:
- El surgimiento de la crisis, con los primeros contagios cercanos del COVID-19.
- La negación, como el caso de las personas que han considerado que el estado de alarma no va con ellas.
- El cabreo, para lo que habrá ejemplos incontables en muchos hogares cercanos.
- La tristeza o desesperanza, mayor o menor, que afrontamos en situaciones límite como el caso de un entierro sin asistentes.
- La recuperación que, dadas las medidas tomadas a nivel internacional, sin duda llegará.
- El aprendizaje de lo vivido, que da paso al que para mi es el momento que define el final de un proceso de duelo productivo: el regalo. Ese momento en el que tomamos conciencia de que, sin el acontecimiento de origen, no podríamos jamás haber generado el espacio para un escenario de nuevas oportunidades.
En relación al momento del regalo, ¿cuántas veces hemos oído que “crisis” en chino está compuesta por dos caracteres que responden a los significados de “crisis” + “oportunidad” (“wei ji”)? ¿Es acaso que la palabra “crisis” en chino hace alusión al principio y al final del proceso de duelo, en forma de crisis-regalo? La respuesta es no.
La traducción de “crisis” del chino en esos términos ha servido como recurso retórico en innumerables ocasiones para ofrecer esperanza y llamar a la búsqueda de soluciones, pero no deja de ser una falsedad (al menos parcial).
Los dos caracteres combinados que componen la palabra “crisis” en chino (“wei ji”) quieren decir “situación peligrosa, momento crítico”, es decir, crisis sin más. En solitario, “ji” quiere decir “invención” o “cambio súbito”, lo que invitaría más a la esperanza, pero no precedido por el otro carácter.
El juego de palabras se completa cuando “ji” se combina con otro carácter distinto, “ji hui”, que entonces sí que significa “oportunidad”. ¿Cómo decido interpretar este puzle? Con la conclusión de que una crisis es una crisis, a no ser que introduzcamos un elemento adicional que lo convierta en algo más. Para mí, ese elemento es la apertura a buscar el regalo detrás de esta situación dramática que nos tiene a todos confinados en nuestras casas.
Para muchos, es complicado ser capaz concebir que hay un regalo al final del proceso de duelo que vivimos por la pérdida de nuestra libertad, de nuestro estilo de vida diario, de nuestros seres queridos, porque todavía estamos en el arranque del proceso… y porque hay heridas que tardan mucho en cicatrizar. No sabemos qué pasará con nuestros trabajos o quién será la próxima persona cercana contagiada.
Sin embargo, hay elementos tan consustanciales a nuestra sociedad, como la solidaridad, el humor y las soluciones creativas, que hacen posible imaginar el regalo, a juzgar por la avalancha de mensajes, videos y aplausos con los que nos sorprenden a diario nuestros vecinos. Yo decido tener la certeza de que, como sociedad, seremos capaces de encontrar ese regalo al final de nuestra pérdida. “Ji hui”.