Este fin de semana leí con asombro un magnífico artículo que invita, en el inicio de este nuevo curso, a reflexionar y mucho sobre el papel que los máximos responsables de las organizaciones pueden jugar en una época de turbulencias en lo económico y de profundos cambios sociales y de valores en las nuevas generaciones; esas que ya tenemos en las empresas y que además tenemos el reto de atraer y retener.
Resulta que en un pequeño país llamado Bután, el desafío económico no es el crecimiento del producto interior bruto (PIB) sino la felicidad nacional. Saben que una sociedad feliz es sinónimo de prosperidad. Para conseguir este objetivo claro y compartido, añade el autor del artículo, no hay una fórmula-milagro, sino un proceso activo de debate que se acompaña de una serie de acciones concretas en materia de atención médica, educación, etc. Bután se está preguntando qué hacer para mantener sus valores y cultura, adonde conducen unos modelos de relaciones basados en la agresividad, la soledad y la ambición; cómo hacer para que, en una época de grandes cambios, las personas mantengan su estabilidad psicológica y así sean capaces de afrontar dichos cambios.
¿Acaso es todo esto muy diferente de los retos que tenemos en nuestras organizaciones, no son estas una microcosmos de la sociedad en la que vivimos?, ¿Cuál es el desafío al que tiene que responder nuestra organización? ¿Cómo vamos a balancear los cambios: mejoras de procesos, programas de eficiencia… con la estabilidad psicológica y la salud en las relaciones sociales de la organización? Porque queremos y necesitamos la involucración y el compromiso de la plantilla, ¿no? O quizás esté ocurriendo que estos dos conceptos se han quedado algo pequeños y haya que pensar en un concepto más ambicioso, la felicidad. Puede que incluso descubramos que en los últimos tiempos, con aquello de la crisis, hemos abandonado no sólo la formación, sino también la comunicación y la transparencia y lo peor de todo, hemos ido deslizando la cultura y los valores de la organización hacia la desconfianza, la agresividad y el exceso de presión y de trabajo. Esto no tiene buena pinta, ¿verdad?
¿A dónde nos lleva este camino? Es el momento de hacerse estas preguntas, reflexionar en los comités de dirección de las compañías y ponerse manos a la obra, que la tarea es mucha.
El ser humano está destinado a ser feliz, se dice en estos momentos de convulsión general de nuestra sociedad y de revisión de los valores en los que se ha sustentado durante tanto tiempo, pero, ¿Cómo llevar a cabo este proceso? Decíamos al principio que no hay una fórmula determinada, pero si podemos impulsar un proceso activo de discusión y debate en el que comenzar a preguntarnos si estamos haciendo suficiente para ayudar a mejorar y gestionar las habilidades emocionales de la organización; si la cultura y los valores de nuestra organización facilitan y potencian el alineamiento de los objetivos personales y profesionales de los individuos; si el tipo de liderazgo que impera en nuestra organización está basado en el poder y la exigencia, en el reconocimiento y la visibilidad individual, en la afiliación y la colaboración, en la extrema jerarquía y el bajo riesgo… con todos estos mimbres qué cestos estamos haciendo y vamos a ser capaces de hacer cuando las circunstancias cambien, que seguro cambiarán.
Estamos al inicio de un nuevo curso y es una magnífica oportunidad para que los gestores de Recursos humanos y los Directores Generales se planteen con valentía un análisis de sus organizaciones. Ánimo