Cuando un directivo, por la razón que sea, está pensando en cambiar de Organización, se plantea muchas preguntas y, frecuentemente, esas preguntas le llevan a tener incertidumbres y dudas que acaban desembocando en sentir la emoción del miedo. Y el miedo es lo que hace que, en ocasiones, decida no dar el paso, no “moverse”.
El desconocimiento de la nueva empresa a la que pretende incorporarse es la barrera más difícil de salvar. Intenta obtener información por diversos canales pero, cuando piensa que ha recopilado una amplia información, un inoportuno pensamiento le asalta inesperadamente: “Hasta que no esté allí no sabré realmente con que me voy a encontrar “.
Entonces comienza la lluvia de preguntas: ¿mi jefe, será normalmente tan amable como se ha mostrado en la entrevista?, ¿mis colaterales serán buenos compañeros o tendré que mirar a derecha e izquierda antes de doblar las esquinas de los pasillos?, ¿qué cultura impera en esta empresa?, ¿tendré que estar más pendiente del “politiqueo” que de mi trabajo?, ¿qué valores se predican y cuales se practican realmente?, etc., etc.
Tienen respuesta parcial algunas de esas preguntas pero persiste la idea de que no sabrá lo que hay realmente hasta que no se incorpore. Además esta idea viene reforzada por algún amigo que en su día decidió cambiar y su nueva experiencia no fue positiva.
A pesar de todo esto, nuestro directivo, se arma de valor y decide cambiar de posición.
Lo primero con que se encuentra es que le están esperando como agua de mayo para resolver unos cuantos “marrones” que ha dejado su antecesor y que, por supuesto, nadie ha querido tocar hasta que no llegara él.
Son asuntos importantes que necesitan solución y para eso alguien tiene que tomar decisiones. Este directivo que acaba de llegar y que no tiene ni idea de dónde está no parece la persona más indicada para decidir. Sin embargo, su jefe ya le ha dicho que todo eso hay que resolverlo urgentemente porque se está pudriendo. Ante esta situación, el directivo se ve abocado a remangarse, coger el toro por los cuernos y entrar a matar. Y ahí es dónde empieza su calvario. Toma decisiones que no son adecuadas y las consecuencias son bastante negativas.
¡Magnifico!. Acabamos de lapidar a nuestro directivo sin que, apenas, le haya dado tiempo a incorporarse.
No pretendo, bajo ningún concepto, desanimar a los directivos a realizar cambios de posición, ¡ni mucho menos!. Todo lo contrario, soy de los que piensan que moverse es muy positivo y enriquece mucho a la persona.
La finalidad que persigo es doble:
- Aconsejar a los directivos “en tránsito” que deben obtener mucha más información de la organización a la que van a incorporarse. Deben conocer a su jefe (no basta con una entrevista. Hay que provocar una comida,etc). Tienen que conocer, uno a uno a todos sus colaterales. En estas conversaciones hay que chequear cual es la cultura de la empresa, valores teoricos y prácticos, etc. Se debe preguntar con claridad, sin miedo. El modo en que nos respondan nos va a facilitar una información muy valiosa.
A pesar de todo esto, nunca conoceremos la organización como los que están dentro, pero cuanto más sepamos, más criterio tendremos para decidir.
Además, ya lo sabemos, todo cambio entraña un riesgo. Pero no por eso vamos a dejar de hacerlo.
- Recordar a las organizaciones que al nuevo directivo hay que diseñarle un plan de acogida, duradero y bien diseñado, sin responsabilidades inmediatas para que pueda aterrizar con tranquilidad y que no se estrelle. Cualquier otra situación es una “encerrona” y el principal motivo de fracaso de los nuevos directivos que se han incorporado a una nueva organización.